NUEVO
EXTREMO
Camino
solitaria por calles extrañas.
Ráfagas
amarillas barren las avenidas.
Van
pasando más personas a mi lado
de
las que hubiera podido ver.
Antes.
En
mi vida entera.
Almacenes
pequeños en todas las esquinas.
Talleres
de bicicletas. Fruterías. Carnicerías. Peluquerías.
Se
reparan radios. Planchas. Enchufes.
No
se bota nada. Todo se compone.
Detrás
de las puertas alguien sube los puntos corridos de las medias.
“Diarios” “Revistas”
“Compro”. Los
cuchillos y las tijeras se afilan.
Pasa
el organillero.
”Hoy
no se fía, mañana tampoco”. Los vecinos eso sí tienen libretas
en
que la compra se anota. Y se paga a finales de mes.
Impidiendo
el paso.
Al
frente las montañas enteramente nevadas, nítidas
comentan
con su indiferencia de peñascos
que
nunca más volveré a encontrar
el
mar
acariciando
las arenas al final de una calle.
Las
grandes tiendas del centro. Las otras no tan grandes.
La
Bandera Azul. El Mercado
Americano.
También
en el centro. Correos de Chile. Los cines.
Las oficinas.
Las
salas de conciertos. Las farmacias.
Las
cajas en que se paga. La luz. El agua. El gas.
Pocos tienen teléfono.
Fácilmente
se
encuentra estacionamiento en las calles.
Por
las veredas pasan Presidentes. Ministros. Actores.
Poetas.
Personas
que conocemos por los diarios. Por las
revistas.
En
la Plaza de Armas el coro de pájaros
se oye
ensordecedor cualquier atardecer
entre
los grandes árboles.
El
sol brilla naranjo en mis ojos.
Esconde.
Las
aceras desiguales
por
las que voy tropezando.
Paso
a paso.
Entre
todas esas casas que se suceden.
No
hay una.
Que sea la mía.
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